Hace tiempo, en la época de nuestras abuelas, incluso de nuestras mamás, las relaciones que se vivían en su gran mayoría eran de “soportar”, de conveniencia, y en el caso puntual de las mujeres de no opinar ni expresarse, quedando relegadas muchas expresiones del ser, como tal.

Afortunadamente hemos avanzado, como sociedad y como cultura y lo que antes estaba tan normalizado, ahora está empezando ser cuestionado por muchos, las relaciones empiezan y se viven diferente, y así mismo nuestras exigencias.

Mucho se ha hablado del amor propio y de disfrutar esos ratos a solas, y ahora en nuestro favor está, que ser la tía soltera es muy cool, ¿pero … qué pasa cuando después de un buen rato de soltería nos emparejamos? Puede pasar que, por el síndrome del enamoramiento, nos dejemos detrás a nosotras mismas y pongamos primero lo que la otra persona quiere, o puede ser que al contrario hayamos amado tanto nuestra soledad, que se nos haga muy difícil ceder ante la más mínima diferencia.

Nunca será posible estar de acuerdo en todo con otra persona, pero las cosas en su justa medida se disfrutan muchísimo y pueden hacer que vivamos de una manera mucho más placentera, es ahí donde, el amor propio llega, a enseñarnos y concientizarnos que no solo somos “una novia” o “una esposa” sino una mujer que sigue soñando y debe esforzarse por ser un orgullo para ella misma antes que nada, y que muchas veces llegar a ese nivel cuesta, y cuesta mucho, porque las relaciones en los inicios nos impulsan a hacer todo y más por la persona amada, aunque eso implique dejar de lado nuestras prioridades y que ahora esa persona se convierta en la prioridad, entonces, cuando el tiempo pasa y caemos nuevamente en la realidad, donde a pesar de amar y sentirnos amados, hay cosas de nuestra vida que queremos continuar, estamos anclados a una rutina, donde sin quererlo debemos rendir cuentas, “debemos” nuestro tiempo a nuestra pareja.

Es en ese punto donde amar al otro puede ser una promesa, pero amarnos a nosotros mismos debe ser una prioridad y un llamado a la madurez. Y digo a la madurez, porque si me amo estoy segura de que quiero y como lo quiero, y eso puede incluir o no a mi pareja, lo que necesitamos es exactamente eso, tenerlo claro, para no hacerle daño al otro, pero tampoco hacerme daño a mí.

No se trata de tener una relación perfecta, los seres humanos por naturaleza tenemos defectos y sería utópico pensar que no tendremos momentos difíciles, porque claro, duele, por ejemplo, cuando quieres emprender con algo, y es tu pareja quien no está de acuerdo. Pero confiar en ti misma y tu instinto, aprobándote, dándote el ánimo que nadie más te dá, es madurez.

Lo más importante seria, que, si encontramos a alguien con quien compartir nuestros logros, y se alegre con nosotras, y nos sentimos cómodas, no nos demos por vencidas en la primera diferencia, valdría la pena seguirnos teniendo como prioridad, pero valorar la compañía que disfrutamos, y que muchas veces no es fácil encontrarla.

Autor:
Mariana Castillo

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